Hace cuatro años, Bladis Mejía Saraoz cruzó la frontera estadounidense hacia el norte de México. Desde entonces, su madre Cristina espera una señal de vida. Su hijo mayor es uno de los cientos de inmigrantes que desaparecen cada año.
En una cama de hotel, Bladis ha dispuesto lo que quiere llevarse en su paseo por el desierto: un rollo de papel higiénico, pañuelos de papel, auriculares, analgésicos, gel para el cabello, Wick Vaporub, guantes con estampado de camuflaje. Toma fotografías de sus pertenencias y de él mismo y se las envía a su madre, Cristina Saraoz Calvo. La tarde del jueves 2 de abril de 2020, Bladis le escribió vía Whatsapp desde el pueblo fronterizo de Sonoyta:
«El tipo dijo que no puedo encender mi teléfono. Así que no estaré disponible durante cinco días».
«Entonces no tengas miedo».
“Está bien, cariño, en cuanto puedas escríbeme”, responde.
«Porfavor cuidate.»
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